Monday, March 05, 2007

Pis and Freud
La Dama del Psicoanálisis me preguntó: ¿Por qué viniste?
“Porque me hago pis en la cama”
La Dama del Psicoanálisis no acusó recibo de mi prepotencia con pañales y siguió tocando su partitura.
Yo por aquella época no acertaba una nota ni de lástima.

Nuestro primer encuentro fue un round memorable.

Imagino que debió sacarle punta a sus técnicas mientras mi ego se pavoneaba del invicto que arrastraba.
Ataqué y se defendió con altura.
Atacó y me defendí como pude.
Un descuido a diez minutos de terminar la segunda sesión y una luz buchona desnudó una rajadura de mi caparazón.
"Me gusta escribir" le confesé.
La Dama del Psicoanálisis encontró la cerradura y comenzó a masticar mi costado blando.

Recuerdo que me dijo que al final había resultado un tierno.

Recuerdo que le dije que no me rompa las pelotas.

Ella por mí renunció a sus honorarios y yo por ella renuncie a mi plan perpetuo de auto boicot.
Empezó algo entre nosotros que hizo que mi simpatía por ella se mudara al barrio de los afectos.
Entiendo que ella no se haya movido de su dirección (su matricula profesional no se lo permitiría jamás)
Una tarde de noviembre hizo llover sobre mí un linchamiento con vocación, de esos que ni se tutean con la piedad.

“¡Sos un cagón!”
“Te vas a jubilar detrás de un escritorio”
“No te haces cargo de tu talento”
“Empezá a moverte o firmamos acá nomás el certificado de defunción de tus sueños”


Como pude gané la calle, hice un llamado telefónico y pedí trabajo en una revista.
Luego de cortar le mande un mensaje a La Dama del Psicoanálisis diciéndole: GRACIAS
A la semana estaba publicando una nota que llevaba colgada mi firma.

Creo que por estos días estoy escribiendo más y mejor.
Mucha gente esta dejando caer sobre mi elogios y gestos desmedidos
pero ya no escupo el puré que alimenta mi ego.
Disfruto de ver bien a los que disfrutan de verme bien.
Incluso la sal de una sonrisa esta secándome las ampollas del desamor.

“Anoticiame de tus éxitos” me dijo por teléfono la última vez que hable con La Dama del Psicoanálisis.

Yo no estoy para eso. Me da vergüenza.
Pero si para escribir algún día en algún lugar que La Dama del Psicoanálisis además de ser una Mujer de Diseño Exclusivo sabe hacer bien su trabajo.
Creo que lo acabo de hacer.
Sobre periodismo, cerveza y papas fritas
Escena uno
Treinta grados en capital federal es un suplicio y yo caminando a las tres de la tarde esquivando sol y gente. Entro al lugar donde tenía que preguntarle a una persona sobre vinos y el aire acondicionado me hace recuperar el ritmo normal de mis pulsos. Estas son las jodidas trampas del confort me digo para mí. Un aparato eléctrico empieza a tener una importancia desmedida en tu vida y no podes escaparle. Pienso que sería más divertido llenar baldes de agua en la canilla de alguna casa chorizo y refrescarse jugando con un vecino como solía hacer de chico. El problema es que no tengo un balde de agua, este piso lujoso no tiene nada parecido a una achura y principalmente ya no soy un chico. Acá vine para otra cosa y vuelvo a la horrible responsabilidad de un adulto, inmaduro, pero adulto al fin.
Ella terminó de hablar y yo termine de poner cara de que me interesaba lo que me contaba. Gracias por todo. Esperá, tomá estas dos botellas de vino de regalo y pasame la dirección de tu casa así la bodega te envía más. Si si ¡Anotá! Bueno, por fin esta bosta del periodismo empieza a ponerse interesante. Así que vuelvo a las calles infernales del centro con un agregado de dos litros envasados con fina etiqueta y una sonrisa colgada abajo de la nariz.
Me quería comprar un libro así que encare para una de esas ferias de plaza que me gustan mucho. No la parte de los hippies y sus artesanías del orto, sino la parte de los libros y los discos. No hay nada mejor que encontrar un buen titulo usado. Una vez hallado el tesoro emprendo la marcha de nuevo y para mi sorpresa entendí porque la naturaleza es sabia. Justo enfrente a la plaza un bar. Y una mesa en una vereda sombreada por árboles que parecía decirme: Pelotudo ¿Que estas esperando?
Una fresca. No importa la marca. La más fría que tengas. Empecé a beber y a hojear el libro y me di cuenta que no necesitaba más nada en el mundo, salvo algún gesto de amor o una pelota de fútbol, quizás. Era un tiempo de disfrute tamaño elefante. Otra por favor, ah, y una porción de papas ¿Puede ser? La bebida se adelantó y mientras andaba a los abrazos con el vaso aprendí que la palabra recuerdo viene del latín re-cordis, que quiere decir volver a pasar por el corazón. Me pareció una palabra hermosa, y a partir de ese momento, paradójicamente, tenia que pensar dos veces en quien pensar o que recordar porque era algo muy valioso, uno bañaba con sentimientos cada imagen, así que no era cosa de pensar en cualquiera, había que administrar los recuerdos, pero por suerte me cayó una gota de luz que me hizo ver que de eso ya se encarga el cuore, el sabe de quien acordarse y a quien archivar en el altillo. Esa revelación me dejó más tranquilo y tres segundos después las papas llegaron y me sirvieron de excusa para tener al mozo cerca y pedirle otra cerveza.
Gorda combinación la de las papas y la cerveza pensé. Sería bueno que a alguien se le ocurriera usarlo de piropo alguna vez. “Estas más buena que las papas con cerveza” Pero donde encontrar un cráneo brillante que compare a una persona con algo tan delicioso y placentero. Y más difícil aún, donde encontrar una persona merecedora de tal halago y que encima comprenda la magnitud del mimo verbal. Cuesta arriba y pedaleando mal pareciera a primera vista, pero no. Yo conozco unas piernas que darían con el talle pero mejor en vez de extrañar me dedico al trago que se va a calentar. Le preste mi mejor beso al vidrio y di vuelta la página.

Escena dos
Otra entrevista pero esta vez a alguien medianamente conocido. Solo quedaba hacer unas fotos en La biela, una coqueta confitería de Recoleta donde va la gente forrada de guita y seca de magia. Entrando al ascensor para ganar por fin la calle el viejo famoso me regala un reloj. Bueno gracias. ¿Esto será costumbre? ¿Cuando me van a mandar a hacerle una nota al Señor Fernet Branca? Terminadas las fotos el protagonista me invita a mí y al fotógrafo a tomar algo. Linda tarde de nuevo. En vez de estar en una oficina el titiritero de mi destino me sentó al solcito, en una de las veredas más paquetas de Argentina, todo mechado con señoritas muy sofisticadas y agraciadas alrededor y anécdotas no publicables de Maradona y Caniggia. Para muchos esto debe ser la felicidad perfecta. Yo no la quiero. Me fui a la redacción, pero antes no pude evitar una parada en una banqueta de plaza para escribir algunas boberas en un anotador. Dos adolescentes de colegio privado que seguramente se aburrieron de pasar el día mandando mensajes de texto estaban sentadas en una paresita a dos metros mío. Se codeaban todo el tiempo y compartían risas cómplices. Una me hacia señas como queriendo decirme algo sobre su amiguita. Sospecho que eso de estar solo en una plaza escribiendo garpa. A una nena se le puede ocurrir que soy un alma sensible que escribo poesía inspirado en una señorita que no me corresponde y que es la responsable de que no me peine ni me afeite. No mi amor, solo soy un tipo roñoso que no dudaría un segundo en aconsejarte que pongas el guiño y dobles en la primer esquina. Las chicas insistían en eso de hacerse las atrevidas pícaras así que guarde el anotador y la birome en la mochila y me levante buscando con la mirada algún bondi conocido. ¿Será que no me gusta gustar? No creo, me parece que me gusta pero en todo caso lo disimulo bastante bien.

Escena tres
Sentado en la redacción de una revista grasa un tipo gordo con cara de querer parecer inteligente hasta cuando mea me dice: vos que sos el especialista en deportes… ¿Sabes en que categoría juega Español? Lo miré como quien acaba de enterarse que es adoptado y antes de contestarle recordé, o mejor dicho, volví a pasar por el corazón a aquella cerveza con papas fritas.

Thursday, March 01, 2007

Amor
"Mi cabeza ya era una procesión vikinga, agarré a un amigo y le dije: No llego ni al bondi, sacame de acá..." En eso entra El turco. Se acerca. Me mira como quien hecha la última ojeada antes de tirar la cadena y se fuma el último trago de mi vaso.
Nunca suelo cocorear gratis, pero El turco se sentía particularmente fuerte esa noche. Erré el primer intento. Fue demasiada ventaja.
Él no perdonó y mi cuerpo provocó una estampida de sillas... desparramado en el piso logré respirar. Unas luces amarillentas ensayaban una coreografía maldita en el techo y se empecinaban en desvanecer los rostros curiosos.
La ayuda no tardó en llegar, me pusieron de pie, pero mi dignidad quedó en el piso bailando en un charco de sangre. Es increíble como las circunstancias se alegran al recordarme que aún no existe juego en el que pueda salir hecho.
De un brazo me llevaron a la calle. Un cuida coches contaba monedas pero mi presencia le pareció más interesante. Me insultó la manera en que su vista tiró el ancla en mí. Seguro mi boca debía ser un espectáculo digno de ver. El aire fresco me trajo la figura de mi maestra de tercer grado. Quise estar en cama enfermo.
Uno de ochenta por favor y agradecí a Dios que el chofer haya entendido y no tuviera que repetirlo. Los vidrios no hacían más que seguir empañando la noche mientras mi cuerpo trataba de acomodarse. No me salía ni rascarme pero reconocí aquellas rejas de un negro oxidado que alguna vez brilló. ¿Tenía el suficiente valor para bajarme? ¿Cómo hacer para que este colectivo del infierno detenga su marcha? ¿De dónde sacar las palabras que le digan que ya no vivo?
En una mala película el protagonista hubiera bajado y después del timbre ella le diría que lo estaba esperando y la cama y los veladores y las botas y las fotos serían testigos del mejor sexo que la humanidad haya experimentado jamás entre un hombre y una mujer. Pero esto era otra puta cosa.

* Homenaje a un viejo tema, muy viejo ya.
Chocolates chocolates y chocolates
Nunca me alcanza la plata, será porque no se hacer bien los deberes o porque directamente no los hago. La cosa es que mi amigo Bruno siempre me tira un centro a la olla para ganarme unos morlacos adicionales. Se tratan de encuestas pagas en donde uno tiene que responder preguntas sin sentido y básicamente mentir, o sea, lo más parecido a una entrevista de trabajo. Así que por cincuenta mangos me convierto en otra persona con el mismo nombre. Paso a ser un profesor de Educación Física (¿Justo yo?), que toma mucha gaseosa y bebidas energizantes y aguas saborizadas y todos inventos siniestros del mismo estilo, y principalmente que come mucho chocolate, pero mucho.
Llego al lugar de la cita y no me gustó la chica que me recibió y note que a ella tampoco le guste. Sospecho que no doy con el típico consumidor de chocolates y se dio cuenta.
Me entregó con recelo una planilla para completar y las preguntas eran increíblemente absurdas. “¿Cuantas veces por semana consume gaseosas Light?” “¿Cuantas veces por semana consume helados de chocolate?“ “¿Cuantas veces por semana se pega un raquetazo de milonga?” Bueno, la última es mentira, pero todas preguntas sobre mis hábitos y costumbres, que si hubiese sido sincero tendría que haber llenado todos los casilleros de NO, pero como yo estaba para otra cosa tuve que responder SI a todo.
Me hicieron pasar a una oficina con siete tipos más y empezaron las preguntas sobre chocolates, y la verdad que si hay algo de lo que no se en mi vida es de logaritmos y chocolates, porque lo mío es sin dudas meterme otra cosa en el cuerpo. En este tramo del viaje comenzó mi sorpresa. Estas personas hablaban con PASIÓN sobre chocolates, sabían todas las clases y tamaños, sus procesos de producción, precio al público, años en el mercado y hasta el color de cada envoltorio y a eso sumale modos amanerados para hablar, todos preocupados por caer simpático, por parecer ingenioso, por destacarse… ahora quizás comprenda mi desmesurada suerte con las señoritas porque si este es un catalogo de hombres yo tampoco dudaría en elegirme a mi para llevarme a la cama (ahora solo faltaba entender porque ellas no tenían suerte conmigo). Pero este hallazgo no fue demasiado importante. Mi preocupación era otra. No podía hacer otra cosa que no fuese pensar en ese espejo grande que había en aquella habitación. Estaba seguro que nos estaban filmando, que había una pieza contigua con una cámara y un equipo de señores en traje estudiando nuestras opiniones…y ahí estaba el problema porque ya había pasado cuarenta minutos y yo sin emitir sonido alguno, ni siquiera un pedo insolente o un eructo con vocación. Hasta que la dama que presidía el interrogatorio me clavó los ojos y me dijo: Gastón ¿Que buscas en un chocolate? DANGER. ¡Que se yo que busco en un chocolate! ¡Si ni siquiera me gustan! Pero tenía que decir algo rápido, y por esas casualidades con causa me acorde que alguna vez leí por ahí que comer chocolate a uno lo hace feliz. Así que solo pude decir: FELICIDAD, CUANDO COMO UN CHOCOLATE QUIERO SENTIR FELICIDAD… COMO UN BESO, O ALGO ASÍ….silencio incomodo. Hice un paneo por las caras de estos tipos tiernos y todos me miraron como quien ve un leproso tocando la guitarra. La tipa me miró un rato más y empezó a reírse y a tomar notas con ganas…uff, otra vez me salvó la literatura pensé y volví a mirar ese espejo hijo de puta.
Antes de las dos horas nos dejaron libres pero antes nos dieron una bolsa llena de… ¡Chocolates! Serian dos kilos de cosas marrones y dulces y la verdad que pensé en decirle, no gracias, pero había prometido llevar a la oficina algunos bocaditos. Con la guita en el bolsillo me di cuenta que estaba cerca de una galería de Flores en donde venden remeras que me gustan, así que en menos de quince minutos troqué mis mentiras por un pedazo de tela con inscripciones obscenas. Eso me puso de buen humor y me dieron ganas de decirle a una mujer que era hermosa, más no sea por celular, y hacerlo me puso mejor todavía porque nunca lo diría sino fuera cierto. La existencia de una mujer hermosa siempre es una bendición, aunque este muy lejos o sea la novia de tu padre o el mismismo diablo…es un precio caro pero vale cada moneda.
Llegue a la estación y un racimo de oscarcitos andaban cirujeando bastante divertidos, se las arreglaban para mojarle la oreja a la miseria y eso esta más que bien. Quizás los chocolates funcionen como propina pensé, así que les regale toda la choco – mercancía. Uff, las risas de esos pibes me inflaban la alegría a baldazos mientras trataba de hacerles entender que no tenían que darme las gracias, que el que estaba en deuda para siempre con ellos era yo, porque verlos contentos fue lo mejor de mi día. Me despedi de mis sobrinos de turno y al poco rato de subir al tren pensé: Ya tienen los chocolates… ¿Pero quien se encarga de los mimos? En ese momento Dios se hizo el pelotudo y para salir del paso salvó a una vieja distraída de ser atropellada en Nazca.

FIN (por suerte ¿no?)