Monday, March 05, 2007

Sobre periodismo, cerveza y papas fritas
Escena uno
Treinta grados en capital federal es un suplicio y yo caminando a las tres de la tarde esquivando sol y gente. Entro al lugar donde tenía que preguntarle a una persona sobre vinos y el aire acondicionado me hace recuperar el ritmo normal de mis pulsos. Estas son las jodidas trampas del confort me digo para mí. Un aparato eléctrico empieza a tener una importancia desmedida en tu vida y no podes escaparle. Pienso que sería más divertido llenar baldes de agua en la canilla de alguna casa chorizo y refrescarse jugando con un vecino como solía hacer de chico. El problema es que no tengo un balde de agua, este piso lujoso no tiene nada parecido a una achura y principalmente ya no soy un chico. Acá vine para otra cosa y vuelvo a la horrible responsabilidad de un adulto, inmaduro, pero adulto al fin.
Ella terminó de hablar y yo termine de poner cara de que me interesaba lo que me contaba. Gracias por todo. Esperá, tomá estas dos botellas de vino de regalo y pasame la dirección de tu casa así la bodega te envía más. Si si ¡Anotá! Bueno, por fin esta bosta del periodismo empieza a ponerse interesante. Así que vuelvo a las calles infernales del centro con un agregado de dos litros envasados con fina etiqueta y una sonrisa colgada abajo de la nariz.
Me quería comprar un libro así que encare para una de esas ferias de plaza que me gustan mucho. No la parte de los hippies y sus artesanías del orto, sino la parte de los libros y los discos. No hay nada mejor que encontrar un buen titulo usado. Una vez hallado el tesoro emprendo la marcha de nuevo y para mi sorpresa entendí porque la naturaleza es sabia. Justo enfrente a la plaza un bar. Y una mesa en una vereda sombreada por árboles que parecía decirme: Pelotudo ¿Que estas esperando?
Una fresca. No importa la marca. La más fría que tengas. Empecé a beber y a hojear el libro y me di cuenta que no necesitaba más nada en el mundo, salvo algún gesto de amor o una pelota de fútbol, quizás. Era un tiempo de disfrute tamaño elefante. Otra por favor, ah, y una porción de papas ¿Puede ser? La bebida se adelantó y mientras andaba a los abrazos con el vaso aprendí que la palabra recuerdo viene del latín re-cordis, que quiere decir volver a pasar por el corazón. Me pareció una palabra hermosa, y a partir de ese momento, paradójicamente, tenia que pensar dos veces en quien pensar o que recordar porque era algo muy valioso, uno bañaba con sentimientos cada imagen, así que no era cosa de pensar en cualquiera, había que administrar los recuerdos, pero por suerte me cayó una gota de luz que me hizo ver que de eso ya se encarga el cuore, el sabe de quien acordarse y a quien archivar en el altillo. Esa revelación me dejó más tranquilo y tres segundos después las papas llegaron y me sirvieron de excusa para tener al mozo cerca y pedirle otra cerveza.
Gorda combinación la de las papas y la cerveza pensé. Sería bueno que a alguien se le ocurriera usarlo de piropo alguna vez. “Estas más buena que las papas con cerveza” Pero donde encontrar un cráneo brillante que compare a una persona con algo tan delicioso y placentero. Y más difícil aún, donde encontrar una persona merecedora de tal halago y que encima comprenda la magnitud del mimo verbal. Cuesta arriba y pedaleando mal pareciera a primera vista, pero no. Yo conozco unas piernas que darían con el talle pero mejor en vez de extrañar me dedico al trago que se va a calentar. Le preste mi mejor beso al vidrio y di vuelta la página.

Escena dos
Otra entrevista pero esta vez a alguien medianamente conocido. Solo quedaba hacer unas fotos en La biela, una coqueta confitería de Recoleta donde va la gente forrada de guita y seca de magia. Entrando al ascensor para ganar por fin la calle el viejo famoso me regala un reloj. Bueno gracias. ¿Esto será costumbre? ¿Cuando me van a mandar a hacerle una nota al Señor Fernet Branca? Terminadas las fotos el protagonista me invita a mí y al fotógrafo a tomar algo. Linda tarde de nuevo. En vez de estar en una oficina el titiritero de mi destino me sentó al solcito, en una de las veredas más paquetas de Argentina, todo mechado con señoritas muy sofisticadas y agraciadas alrededor y anécdotas no publicables de Maradona y Caniggia. Para muchos esto debe ser la felicidad perfecta. Yo no la quiero. Me fui a la redacción, pero antes no pude evitar una parada en una banqueta de plaza para escribir algunas boberas en un anotador. Dos adolescentes de colegio privado que seguramente se aburrieron de pasar el día mandando mensajes de texto estaban sentadas en una paresita a dos metros mío. Se codeaban todo el tiempo y compartían risas cómplices. Una me hacia señas como queriendo decirme algo sobre su amiguita. Sospecho que eso de estar solo en una plaza escribiendo garpa. A una nena se le puede ocurrir que soy un alma sensible que escribo poesía inspirado en una señorita que no me corresponde y que es la responsable de que no me peine ni me afeite. No mi amor, solo soy un tipo roñoso que no dudaría un segundo en aconsejarte que pongas el guiño y dobles en la primer esquina. Las chicas insistían en eso de hacerse las atrevidas pícaras así que guarde el anotador y la birome en la mochila y me levante buscando con la mirada algún bondi conocido. ¿Será que no me gusta gustar? No creo, me parece que me gusta pero en todo caso lo disimulo bastante bien.

Escena tres
Sentado en la redacción de una revista grasa un tipo gordo con cara de querer parecer inteligente hasta cuando mea me dice: vos que sos el especialista en deportes… ¿Sabes en que categoría juega Español? Lo miré como quien acaba de enterarse que es adoptado y antes de contestarle recordé, o mejor dicho, volví a pasar por el corazón a aquella cerveza con papas fritas.

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